Este artículo para el blog está basado en el hilo con el mismo nombre que empezó Fermi en nuestros foros. En definitiva, este será un artículo de viajes. Un viaje en el tiempo para ver el principio de mi viaje personal con el destino soñado de entender el mundo. Y vamos a empezar viajando atrás, muy atrás; tanto que casi olvidaremos el objetivo de nuestro viaje.

La primera parada de nuestro viaje nos lleva a una importante lección que aprendí de muy jovencito, quizá con cuatro años. En preescolar, nos hacían marcar los folios donde perpetrábamos nuestros primeros dibujos con nuestro nombre, que copiábamos de una cartulina que guardábamos celosamente en un bolsillo de cartón pegado a nuestro escritorio. Cierto día, a la profesora (una tal Roser) le dio por ver quienes eran lo suficientemente grandes para poder escribir su nombre sin la cartulina, en la pizarra. Recuerdo que Zaira, mi mejor amiga por aquel entonces, lo consiguió sin problemas, pero yo no supe que poner. La profa me dijo "pues tú, guarda la cartulina" y pasó a otro niño. No se si fue que empezaba a aflorar cierto amor propio, o simple aburrimiento, pero volví a intentarlo. Esta vez, utilicé una táctica nueva: pensé "a ver, ¿cómo me llamo?, ¡ah sí!... bueno, debe escribirse así". Y, efectivamente, lo escribí bien. Así, aprendí mi primera lección: si te esfuerzas, puedes hacerlo todo. Algo que ha sido muy importante, y lo hubiera sido más si lo hubiera tenido presente toda mi vida.

Al cabo de unos cuatro años más pude doblar mi edad, llegando hasta la que la segunda parada de nuestro viaje temporal. Tenía una profesora llamada Carme Fernández, que entre otras nos daba ciencias naturales. Nunca me había destacado en la clase, pero un buen día descubrí que sabía contestar todas las preguntas que la profesora hacía en clase (creo que por que las había visto en algún documental); pero no solo eso, además me divertía saber todo aquello.

Aquel mismo año tuvimos nuestro primer examen más o menos en condiciones serias. El tema era nutrición, la pirámide alimenticia y todo eso. Como era nuestra primera vez, y las primeras veces siempre duelen, la señoríta Carme se lo tomó con calma; repartió los enunciados, leyó las preguntas para ver si las entendíamos... Yo, mientras ella leía, ya tenía ganas de empezar a responder. En el tiempo que terminó la lectura, yo ya había resuelto los dos primeros ejercicios; recuerdo que el primero de ellos era el típico de relacionar entre sí conceptos de dos listas; alimentos con su grupo alimenticio, seguramente. A los pocos días claro, la corrección del examen y la nota. Al ver que había sacado un diez mi primer pensamiento fue "mira, aquello que hice mientras la profa hablaba estaba bien al final". Ella me hizo explicar en voz alta cuál era el secreto para hacerlo tan bien; "no sé, estudiar" fue todo lo que acerté a decir. Años más tarde supe que eso era ser políticamente correcto; en realidad no había estudiado nada a parte de las clases normales y realizar los deberes en el último momento. Simplemente, las ciencias naturales me gustaban, y las aprendía.

Emprendamos el camino hacia la tercera parada. Esta no está lejos, y en ella nos espera la misma profesora un año después. Había habido otro examen hacía poco; ya eran algo más normal. Carme Fernández estaba corrigiéndolos en el aula durante el recreo. Le ofrecí ayuda en la corrección, ya que "me lo sabía todo bien". Visto con la perspectiva del tiempo, es sorprendente que accediera. Efectivamente, corregí el examen de unos cuantos de mis compañeros con la mayor objetividad posible. Hasta me enojaba cuando uno lo hacía mal; "pero ¡David!, ¿cómo me pones eso?". Yo estaba hasta dispuesto a corregirme a mi mismo, y penalizarme por lo que hubiera podido hacer mejor. Pero, obviamente, mi examen ya había sido corregido; si la profesora no hubiera estado segura de que sabía la materia a la perfección nuca habría permitido que corrigiera. Cabe decir que, 20 años después, me tocó a la fuerza corregir exámenes (universitarios, esta vez), pero recuerdo mi primera experiencia con mucho más cariño; la primera vez siempre es especial.

Avancemos unas cuantas estaciones hasta llegar a los últimos años de EGB, entre 13 y 15 años. A estas alturas ya teníamos profesores expertos en cada asignatura, en vez de profesores para todo como los mencionados hasta ahora. En ciencias, tenía a Francesc, quien por casualidad estaba casado con Carme. Supongo que en todas las pasiones intelectuales siempre se puede nombrar a una o dos personas como las básicas que te abren las puertas al paraíso de tu vocación. En mi caso, Francesc fue la primera de esas personas. Hasta en las excursiones me pegaba a él y le asaltaba a por-qués y cómos... ¿Cómo se mide la altura del Everest?, ¿Por qué el cielo es azul?... Supongo que para él debía ser una tortura (tengo ese efecto en algunas personas, debo reconocerlo).

En la siguiente parada nos espera la segunda persona; Joan Aliberas. Por azares de la reforma educativa en España, me tocó saltar de 8o de EGB directamente a 3o de algo llamado ESO, por educación secundaria obligatoria; sin que yo, ni nadie en el mundo, hubiera cursado primero o segundo. Por azares de la reconversión de mi antiguo colegio a centro de secundaria, esta estación se encuentra exactamente en el mismo edificio que las anteriores. En eso de la ESO cada alumno tiene un tutor personal, y al pobre Joan le tocó el papelón de ser el mío. Recuerdo que en la primera reunión me preguntó qué quería hacer tras la ESO. "Estudiar una ciencia, pero no sé cual", fue mi respuesta. Y es que con asignaturas llamadas "ciencias naturales" uno al final no sabe como se llama lo que está estudiando en realidad.

Caminemos un poco más dentro de esta misma estación para llegar a un día, en plena clase de "ciencias experimentales" como se dio a llamar el asunto en la ESO. Joan seguía uno de sus métodos didácticos más comunes, hacer una pequeña explicación y luego dar tiempo para que cada alumno hiciera un ejemplo o ejercicio. No sé de que iba la clase, ni de que le pregunté, pero nuestro atareado profesor se acercaba a mi pupitre en cada pausa para explicarme algo; que había cuatro fuerzas, que dos de ellas ya se habían conseguido unificar hacía tiempo, que una tercera también, y que la cuarta daba más problemas. Ese es el día. "¿Y ésto como se llama?", le pregunté. Y desde aquel día no tuve ninguna duda. Por fin sabía el nombre.

Nuestra estación final es el año antes de empezar la universidad, lo que la reforma dio a llamar segundo de bachillerato. Joan era el encargado de impartir Química a los cinco alumnos del grupo de Ciencias que sobrevivían. Aunque los primeros minutos, de hecho, tenían poco que ver con la química. Mientras los otros cuatro preparaban sus apuntes, aprovechaba para sacar a relucir otros temas, por ejemplo un trabajo que estaba obligado a hacer con Aliberas de coordinador, pero también más curiosidades físicas. Que si la luz emitida por el faro de una motocicleta que se mueve muy deprisa sigue siendo la misma, que si el espacio-tiempo se curva, que si el universo tiene más dimensiones,... Recuerdo que un día le presté dos CD multimedia (¡acababan de ser inventados!) acerca de la teoría de cuerdas, que se supone ahora es mi especialidad. Me aventuro a decir que, esta vez, no era una tortura para el profesor... aunque quizá deberíamos preguntárselo.

Terminado el viaje, de vuelta al presente, es el momento de torturar a las visitas con las fotografías de nuestro periplo. En nuestro caso, esto significa volver a la razón original por la que Fermi creó su hilo en el foro. En la vida hay un día en que descubres lo que te gusta. Y no importa que te digan que lo mejor sería otra cosa, en realidad nunca estarás bien si no haces lo que realmente te gusta. Por que haciendo lo que te gusta, esforzarte no es un esfuerzo. Y, recuerda, si te esfuerzas puedes hacerlo todo. Aprovéchalo para hacer lo que realmente deseas.