Bueno, para mostrar también un poco mi lado literario, voy a mostrar un cuento que escribí en febrero de 2009 el cual obtuvo un modesto galardón. (Sepan disculpar la casi nula relación con las ciencias exactas).



[FONT=Arial]El río[/FONT]

[FONT=Arial]A través de las espesas nieblas invernales se pueden ver, con bastante esfuerzo, desde las montañas cercanas, dos manchas pardas que ostentan con orgullo su esfumada y siniestra silueta. Quizá esa niebla que cuaja, fría y en parte benévola, intenta ocultar con su manto de piedad las injusticias que acaecen junto al río. Pues esas dos manchas, a la sazón dos ciudades, se levantan a orillas de la corriente. [/FONT]


[FONT=Arial]El río nace en las altas cumbres, eternamente inmaculadas y salvajes, y crece hasta hacerse amplio y profundo. Sus aguas son cristalinas y puras cuando llegan a la primera ciudad: Eugenia. Los habitantes han construido varias centrales hidroeléctricas en el primer tramo del torrente que abastecen de energía a casi todo el resto del territorio; de modo que viven exclusivamente de ese curso de agua. Toda la economía de Eugenia está centrada en esa empresa. Y las familias en general manifiestan su riqueza sin pudor.[/FONT]



[FONT=Arial]Los habitantes tienen —siempre tuvieron— la costumbre de arrojar los desperdicios al fluido inmaculado. Los tiran, por supuesto, a partir del segundo tramo; pues el primero es usado para suministrarse de agua pura. Todo es devorado por las aguas: desechos industriales, animales muertos, desperdicios cloacales, ropas, electrodomésticos, restos de comida y, en definitiva, todo lo que ellos consideran inservible.[/FONT]



[FONT=Arial]Al final de su recorrido por Eugenia, aquel caudal indómito, límpido, salvaje; se transforma en una sopa pestilente, putrefacta y casi estanca que se adentra con pereza en la pradera rumbo a la próxima ciudad: Alberta. Ésta se puede ver en el horizonte lejano. Antiguamente aquello no era factible, pues ambas urbes estaban demasiado apartadas la una de la otra; pero hoy día han crecido de forma alarmante y ya es posible que se observen con creciente recelo. Alberta es muy similar a la primera en tamaño y número de personas, sólo que allí la pobreza es cosa común y es verdaderamente raro encontrar lujo entre esa gente. También se vive del río o, mejor dicho, de lo que el río trae. [/FONT]



[FONT=Arial]En Alberta, innumerables factorías (llamadas igualmente granjas) se diseminan a orillas de la corriente. Su principal característica es que todas cuentan con pequeñas represas para retener lo que discurre por el río. Las granjas que se encuentran en el primer tramo (el más inmundo y malsano) son muy prósperas; y a medida que uno baja, aumentan las pobres, hasta que al final son de una indigencia absoluta. Algunas personas benévolas (muy escasas, por cierto) de Eugenia envuelven los desperdicios más delicados en bolsas de plástico para evitar que las aguas los contacten, ya sea por ser demasiado contaminantes o por tratarse de objetos valiosos para los recolectores. Los nativos de Alberta se abastecen del segundo tramo del río, pues allí las aguas han sanado de forma casi mágica y vuelven a ser cristalinas y puras. [/FONT]



[FONT=Arial]Se podría decir que el único dios para esta gente es el río. Si sus aguas mermaran por algún motivo sobrevendría el caos. Sería un desastre imposible de sobrellevar. Por fortuna nunca se ha dado el caso de una sequía prolongada. [/FONT]



[FONT=Arial]Aunque una cosa tétrica que sucede últimamente está atentado contra la moral de los habitantes de Alberta. Un obsequio espeluznante y pavoroso que irrumpe de aguas arriba: los de Eugenia empezaron a arrojar al río ataúdes. [/FONT]



[FONT=Arial]Ataúdes con sus contenidos humanos.[/FONT]