Tras pedirselo en múltiples ocasiones, una amiga mía
se decidió a visitarme hace unos años.
Tras llevarla a visitar la Giralda, la Catedral y el Alcazar y a almorzar,
la acompañé esa tarde a visitar las zonas con interés,
monumentos y barrios pintorescos de mi ciudad
quizás por esas malas prisas con las cuales uno intenta enseñar todo a los visitantes.

Me había aprendido de memoría seis o siete folios de letra apretada
con sucesos históricos y divertidas anécdotas
- la mayoría leidas en los libros de don José María de Mena,
a quien puedes recurrir si eres sevillano y quieres impresionar con lo que sabes de tu ciudad a una guiri -
Como la cosa fue bién, pensé que podría rematar la jornada
invitándola a cenar y que conociese la gastronomía de nuestra ciudad,
donde cada plato tiene raiz bien en la tradición musulmana
bien en la judeo-cristiana.

Debía de haberlo planeado mejor y haber hecho una reserva en un restaurante para otro día,
porque nos pilló a las diez de la noche en una zona en la cual
los únicos establecimientos donde cenar eran un chino
o un local donde servían platos combinados.

Los platos combinados fue algo que se puso de moda a finales de los setenta
y que venía a ser una forma de almorzar rápida y barata.
Creo que este local se montó pensando en que aquello iba a funcionar
y fue de traspaso en traspaso.
La verdad es que creo que las hamburguesas funcionaron mejor.
En la cristalera del local había una montón de fotos de los platos
amarillentas ya y de los cuales sólo se podían elegir tres o cuatro
según nos dijo el camarero que nos antendió.

Puesto que yo seguía con mi idea en la cabeza de que mi amiga probase
algo de nuestra cocina le seleccioné el plato que tenía
jamón serrano
- le expliqué lo que era el cochino serrano, con perdón, de pata negra, criado con bellota -
tomate, huevos fritos y un pimiento verde frito.
La verdad es que cuando el camarero trajo el plato de ella y el mio
no se parecía bastante al de la foto.

La loncha de jamón era una rodaja traslúcida de lo fina que era...
milagrosa puesto que, afirmo yo, hasta el ciego aquel
al que sirvió el Lazarillo podría ver la luz a través de ella.
El segundo huevo, prometido en la foto, se había perdido en su periplo de la cocina a la mesa
sin dejar razón de dónde encontrarlo.
Descubrí que el pimiento a mi amiga no le gustaba... así que el suyo me lo comí yo.
En resumen, creo que mi amiga no se llevó una buena idea de la cocina andaluza.

Y colorín, colorado, este cena se ha acabado.