[FONT=Verdana]Nacida en 370, hija del sabio Teón, Hipatia es la última personalidad científica de relieve que trabajó en la gran Biblioteca de Alejandría. Además de matemática, astrónoma y física de notable valía, fue la abanderada y principal cabeza pensante de la escuela neoplatónica de filosofía. Si se considera la enorme discriminación social de la mujer en aquella época, reducida como estaba por lo común a la condición de esclava doméstica y simple objeto erótico y reproductivo, el caso de Hipatia resulta extraordinario, pues ella no solo se codeaba y relacionaba de igual a igual con los varones más preclaros e inteligentes de su tiempo, sino que, como matemática y científica, casi siempre los superaba, dándoles intelectualmente, como se dice, sopas con honda.[/FONT]
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Según todos los testimonios iconográficos que nos han llegado, fue además una mujer de notable belleza, mujer que, volcada en su pasión por el conocimiento y la ciencia, decidió mantenerse soltera, pese a la cansina insistencia de sus innumerables pretendientes.
En aquel siglo IV, Alejandría, dominada por los romanos, vivía en una situación muy peligrosa para la inteligencia, en un clima de fuertes tensiones ideológicas debidas sobre todo a la creciente influencia de una cada vez más intolerante y oscurantista Iglesia cristiana, que solo veía herejía y maldad en la matemática y en las demás ciencias, y que estaba empeñada en extirpar a cualquier precio la pecaminosa cultura pagana. Como escribe Joseph McCabe en su Hypatia, en opinión de la nueva y pujante secta religiosa, “los matemáticos debían ser destrozados por las bestias salvajes, o bien quemados vivos.”
En tan ominoso escenario, la sobresaliente hija de Teón, en cuanto sabia mujer y destacada pagana neoplatónica, pasaba tan inadvertida como una mariposa blanca pugnando por despegarse de un plato de fríjoles negros. De hecho, como dice el historiador Elbert Hubbard, Hipatia “dividió a la sociedad en dos partes: la de quienes la consideraban como un oráculo de la luz y la de quienes veían en ella un emisario de las tinieblas”.
Me llevaría mucho espacio exponer aquí, aunque solo fuese por encima, lo poco pero muy valioso que ha sobrevivido de la obra científica de Hipatia, tanto en matemática (sobre ecuaciones cuadráticas, desarrollos algebraicos a partir de los Elementos de Euclides, sobre la Aritmética de Diofanto, sobre las Cónicas de Apolonio de Perga), como en astronomía (su Canon astronómico, sobre el sistema de Tolomeo) o en mecánica y tecnología (el astrolabio plano, un aparato para la destilación del agua, un hidrómetro). Me limitaré a insistir en que no eran aquellos tiempos nada propicios para la ciencia ni para la filosofía, sino solo para la ciega superstición y la ignorancia de quienes, tantos siglos después de los grandes conquistas de la ciencia griega, predicaban, como Cosmas Indicopleustes (c. 550), que, en opinión indiscutible del omnisciente Dios Nuestro Señor, la tierra era plana y presentaba la forma de un tabernáculo (sic!).
En 412, sustituyendo a Teófilo, un sobrino suyo más fanático aún que él, llamado Cirilo, se convirtió en el patriarca de Alejandría. Una de las bestias negras de Cirilo resultó ser muy pronto Orestes, prefecto romano de Egipto, antiguo alumno y viejo amigo de Hipatia. Tras perseguir ferozmente y expulsar de la ciudad a miles de judíos, culpables, como es sabido, del llamado "deicidio", Cirilo la emprendió de inmediato con los paganos neoplatónicos de Alejandría. Orestes, muy seriamente preocupado por el curso de los acontecimientos, aconsejó a su amiga Hipatia que hincase la rodilla y se convirtiese lo antes posible al cristianismo, pero ella se negó altivamente. Y, sin cuidarse de su seguridad personal, siguió investigando, escribiendo y enseñando, dando clases sobre Platón y Aristóteles. Hasta que muy pronto, en 415, se cumplieron los peores vaticionios y fue asesinada por las huestes de Cirilo.
Sócrates el Escolástico narra los hechos de la siguiente manera:
Todos la reverenciaban y admiraban por la singular modestia de su mente. Por lo cual había gran rencor y envidia en su contra, y a causa de que conversaba a menudo con Orestes y se contaba entre sus familiares, las gentes la acusaron de ser culpable de que Orestes y el Obispo no se hubiesen hecho amigos. Para decirlo en pocas palabras, algunos atolondrados, impetuosos y violentos cuyo capitán era Pedro, un lector de esa Iglesia, vieron a esa mujer cuando regresaba a su casa desde algún lado, la arrancaron de su carruaje, la arrastraron a la iglesia llamada Cesárea, la dejaron totalmente desnuda, le tasajearon la piel y las carnes con caracolas afiladas hasta su último aliento, descuartizaron su cuerpo, llevaron los pedazos a un lugar llamado Cinaron y los quemaron hasta convertirlos en cenizas.
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En su célebre libro titulado Cosmos, el usamericano Carl Sagan escribe melancólicamente:
La gloria de la Biblioteca de Alejandría es un recuerdo lejano. Sus últimos restos fueron destruidos poco después de la muerte de Hipatia. Era como si toda la civilización hubiese sufrido una operación cerebral infligida por propia mano, de modo que quedaron extinguidos irrevocablemente la mayoría de sus memorias, descubrimientos, ideas y pasiones. La pérdida fue incalculable.
En cuanto al inductor del asesinato de Hipatia, el hombre pasó a la gran historia como padre y doctor de la Iglesia, y ha sido secularmente muy celebrado por sus importantísimas aportaciones a la lucha contra el paganismo y el nestorianismo. Como es natural, en su momento fue canonizado, y hoy la Santa Iglesia le venera con el nombre de San Cirilo de Alejandría. Dizque es muy milagroso.[/FONT]
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Según todos los testimonios iconográficos que nos han llegado, fue además una mujer de notable belleza, mujer que, volcada en su pasión por el conocimiento y la ciencia, decidió mantenerse soltera, pese a la cansina insistencia de sus innumerables pretendientes.
En aquel siglo IV, Alejandría, dominada por los romanos, vivía en una situación muy peligrosa para la inteligencia, en un clima de fuertes tensiones ideológicas debidas sobre todo a la creciente influencia de una cada vez más intolerante y oscurantista Iglesia cristiana, que solo veía herejía y maldad en la matemática y en las demás ciencias, y que estaba empeñada en extirpar a cualquier precio la pecaminosa cultura pagana. Como escribe Joseph McCabe en su Hypatia, en opinión de la nueva y pujante secta religiosa, “los matemáticos debían ser destrozados por las bestias salvajes, o bien quemados vivos.”
En tan ominoso escenario, la sobresaliente hija de Teón, en cuanto sabia mujer y destacada pagana neoplatónica, pasaba tan inadvertida como una mariposa blanca pugnando por despegarse de un plato de fríjoles negros. De hecho, como dice el historiador Elbert Hubbard, Hipatia “dividió a la sociedad en dos partes: la de quienes la consideraban como un oráculo de la luz y la de quienes veían en ella un emisario de las tinieblas”.
Me llevaría mucho espacio exponer aquí, aunque solo fuese por encima, lo poco pero muy valioso que ha sobrevivido de la obra científica de Hipatia, tanto en matemática (sobre ecuaciones cuadráticas, desarrollos algebraicos a partir de los Elementos de Euclides, sobre la Aritmética de Diofanto, sobre las Cónicas de Apolonio de Perga), como en astronomía (su Canon astronómico, sobre el sistema de Tolomeo) o en mecánica y tecnología (el astrolabio plano, un aparato para la destilación del agua, un hidrómetro). Me limitaré a insistir en que no eran aquellos tiempos nada propicios para la ciencia ni para la filosofía, sino solo para la ciega superstición y la ignorancia de quienes, tantos siglos después de los grandes conquistas de la ciencia griega, predicaban, como Cosmas Indicopleustes (c. 550), que, en opinión indiscutible del omnisciente Dios Nuestro Señor, la tierra era plana y presentaba la forma de un tabernáculo (sic!).
En 412, sustituyendo a Teófilo, un sobrino suyo más fanático aún que él, llamado Cirilo, se convirtió en el patriarca de Alejandría. Una de las bestias negras de Cirilo resultó ser muy pronto Orestes, prefecto romano de Egipto, antiguo alumno y viejo amigo de Hipatia. Tras perseguir ferozmente y expulsar de la ciudad a miles de judíos, culpables, como es sabido, del llamado "deicidio", Cirilo la emprendió de inmediato con los paganos neoplatónicos de Alejandría. Orestes, muy seriamente preocupado por el curso de los acontecimientos, aconsejó a su amiga Hipatia que hincase la rodilla y se convirtiese lo antes posible al cristianismo, pero ella se negó altivamente. Y, sin cuidarse de su seguridad personal, siguió investigando, escribiendo y enseñando, dando clases sobre Platón y Aristóteles. Hasta que muy pronto, en 415, se cumplieron los peores vaticionios y fue asesinada por las huestes de Cirilo.
Sócrates el Escolástico narra los hechos de la siguiente manera:
Todos la reverenciaban y admiraban por la singular modestia de su mente. Por lo cual había gran rencor y envidia en su contra, y a causa de que conversaba a menudo con Orestes y se contaba entre sus familiares, las gentes la acusaron de ser culpable de que Orestes y el Obispo no se hubiesen hecho amigos. Para decirlo en pocas palabras, algunos atolondrados, impetuosos y violentos cuyo capitán era Pedro, un lector de esa Iglesia, vieron a esa mujer cuando regresaba a su casa desde algún lado, la arrancaron de su carruaje, la arrastraron a la iglesia llamada Cesárea, la dejaron totalmente desnuda, le tasajearon la piel y las carnes con caracolas afiladas hasta su último aliento, descuartizaron su cuerpo, llevaron los pedazos a un lugar llamado Cinaron y los quemaron hasta convertirlos en cenizas.
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En su célebre libro titulado Cosmos, el usamericano Carl Sagan escribe melancólicamente:
La gloria de la Biblioteca de Alejandría es un recuerdo lejano. Sus últimos restos fueron destruidos poco después de la muerte de Hipatia. Era como si toda la civilización hubiese sufrido una operación cerebral infligida por propia mano, de modo que quedaron extinguidos irrevocablemente la mayoría de sus memorias, descubrimientos, ideas y pasiones. La pérdida fue incalculable.
En cuanto al inductor del asesinato de Hipatia, el hombre pasó a la gran historia como padre y doctor de la Iglesia, y ha sido secularmente muy celebrado por sus importantísimas aportaciones a la lucha contra el paganismo y el nestorianismo. Como es natural, en su momento fue canonizado, y hoy la Santa Iglesia le venera con el nombre de San Cirilo de Alejandría. Dizque es muy milagroso.[/FONT]
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