La pinta es una medida de capacidad para líquidos. En Gran Bretaña equivale a algo más de medio litro, exactamente a 0,568 litros.
Diréis: Sí, sí, vale, tío, ¿pero a qué coño (à quoi bon?, como dicen los franceses) viene aquí esto de la pinta? Pues veréis a lo que viene, enseguida os lo explico.
En la estela del genial y muy pícaro Il Decamerone del florentino Giovanni Boccaccio, Geoffrey Chaucer (1340-1400), hijo de un vinatero londinense, compuso al final de su vida un libro de narraciones en “verso heroico” titulado Canterbury Tales, base prístina del habla inglesa actual y punto de partida de la correspondiente gran literatura, de Jonathan Swift y Laurence Sterne a Virginia Woolf, pasando por George Eliot. La obra está compuesta de veinte narraciones y un Prólogo, y su estructura es la siguiente: un grupo de treinta peregrinos (de esos que a Pantagruel le gustaba comerse en ensalada), pertenecientes a distintos estamentos sociales y de la más variopinta condición humana (un caballero, un mayordomo, una priora, un molinero, un canónigo, un estudiante…), proyectan un viaje piadoso a la tumba de Santo Thomas Becket, en Canterbury. Hallándose casualmente reunidos todos ellos en la vieja Posada Tabard (más tarde llamada Talbot) en Southwork, estos individuos aceptan la propuesta del posadero de contar dos historias cada uno para así amenizar el viaje.
Pues bien, hace ahora exactamente un siglo, en 1907, el ingenioso autor, así mismo inglés, Henry Ernest Dudeney publicó un libro titulado The Canterbury Puzzles en cuyos prolegomena, refiriéndose a la obra de Chaucer, escribía: «Por desgracia, los Cuentos nunca fueron terminados, y quizá este sea el motivo por el que los exquisitos y curiosos “Acertijos de Canterbury”, creados y propuestos por el mismo grupo de peregrinos, nunca fueran registrados por la pluma del poeta…» Y eso es precisamente lo que hace el bueno de H. E. Dudeney, presentar en su libro algunos de aquellos nonatos acertijos chaucerianos.
El caso (¡y de aquí, por fin, lo de las dichosas pintas!) es que el propio posadero de la Tabard plantea su particular rompecabezas en los siguientes desenfadados términos:
«Mis alegres señores, ahora que es mi turno de sacudir vuestras molleras, os enseñaré un pequeño artificio que exigirá el máximo de vuestro ingenio. (…) He ahí un tonel de buena cerveza de Londres, y hete aquí que en mis manos sostengo dos medidas, una de cinco pintas y otra de tres pintas. Os ruego me mostréis cómo podría poner yo una pinta exacta en cada una de las dos medidas.»
Se trata, desde luego, de trasvasar hábilmente la cerveza utilizando solo el tonel y las dos medidas, sin ningún otro recipiente o elemento distinto. Y sin truquitos tales como marcar las medidas ni nada por el estilo.
Quien resuelva el acertijo será premiado con una generosa ración del más exquisito jamón de Jabugo, regado con las dos pintas finales de la excelente cerveza londinense que nos traemos entre manos.
Diréis: Sí, sí, vale, tío, ¿pero a qué coño (à quoi bon?, como dicen los franceses) viene aquí esto de la pinta? Pues veréis a lo que viene, enseguida os lo explico.
En la estela del genial y muy pícaro Il Decamerone del florentino Giovanni Boccaccio, Geoffrey Chaucer (1340-1400), hijo de un vinatero londinense, compuso al final de su vida un libro de narraciones en “verso heroico” titulado Canterbury Tales, base prístina del habla inglesa actual y punto de partida de la correspondiente gran literatura, de Jonathan Swift y Laurence Sterne a Virginia Woolf, pasando por George Eliot. La obra está compuesta de veinte narraciones y un Prólogo, y su estructura es la siguiente: un grupo de treinta peregrinos (de esos que a Pantagruel le gustaba comerse en ensalada), pertenecientes a distintos estamentos sociales y de la más variopinta condición humana (un caballero, un mayordomo, una priora, un molinero, un canónigo, un estudiante…), proyectan un viaje piadoso a la tumba de Santo Thomas Becket, en Canterbury. Hallándose casualmente reunidos todos ellos en la vieja Posada Tabard (más tarde llamada Talbot) en Southwork, estos individuos aceptan la propuesta del posadero de contar dos historias cada uno para así amenizar el viaje.
Pues bien, hace ahora exactamente un siglo, en 1907, el ingenioso autor, así mismo inglés, Henry Ernest Dudeney publicó un libro titulado The Canterbury Puzzles en cuyos prolegomena, refiriéndose a la obra de Chaucer, escribía: «Por desgracia, los Cuentos nunca fueron terminados, y quizá este sea el motivo por el que los exquisitos y curiosos “Acertijos de Canterbury”, creados y propuestos por el mismo grupo de peregrinos, nunca fueran registrados por la pluma del poeta…» Y eso es precisamente lo que hace el bueno de H. E. Dudeney, presentar en su libro algunos de aquellos nonatos acertijos chaucerianos.
El caso (¡y de aquí, por fin, lo de las dichosas pintas!) es que el propio posadero de la Tabard plantea su particular rompecabezas en los siguientes desenfadados términos:
«Mis alegres señores, ahora que es mi turno de sacudir vuestras molleras, os enseñaré un pequeño artificio que exigirá el máximo de vuestro ingenio. (…) He ahí un tonel de buena cerveza de Londres, y hete aquí que en mis manos sostengo dos medidas, una de cinco pintas y otra de tres pintas. Os ruego me mostréis cómo podría poner yo una pinta exacta en cada una de las dos medidas.»
Se trata, desde luego, de trasvasar hábilmente la cerveza utilizando solo el tonel y las dos medidas, sin ningún otro recipiente o elemento distinto. Y sin truquitos tales como marcar las medidas ni nada por el estilo.
Quien resuelva el acertijo será premiado con una generosa ración del más exquisito jamón de Jabugo, regado con las dos pintas finales de la excelente cerveza londinense que nos traemos entre manos.
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