¡Saludos desde Guiza!
Pues sí, sigo en casa desde la quincena pasada. Pasar unos días en el hogar no es tan trepidante como mis incesantes viajes, pero no os penséis que es menos interesante, ya que me da la oportunidad de encontrarme con muchos amigos. Además, ¡¿para qué tener un pedestal con vistas a la Gran Pirámide si no se disfruta de la morada de vez en cuando?!
Si hace dos semanas tuve la oportunidad de hacer un poco de plumicura con el ave Phenix (que, por cierto, le acabo de enviar vuestras respuestas al desafío anterior y está más contenta que unas pascuas, literalmente ardía en deseos de comprender porqué estaba más agustito sobre el lago helandose que sobre la nieve), hoy he tengo el enorme placer de recibir la última faraona, Cleopatra VII.
Pese a la diferencia de edad, yo ya llevaba casi dos mil quinientos años torturando neuronas con mis enigmas cuando ella llegó al trono, fuimos grandes amigas. Y como tales, esta mañana hemos repasado viejos recuerdos paseando por la ribera occidental del Nilo.
Concretamente, hemos hablado largo y tendido de sus últimos días de su reinado. Cleo no hacía más que renegar de Octavio, recordando cómo le obligó a fingir su propio suicidio. De hecho, se mostró sorprendida por el éxito de su pantomima, aún hoy en día la práctica totalidad de la gente sigue pensando que el áspid terminó con su vida.
Y es que, se quejaba Cleo, Octavio era frío y calculador, le fue imposible seducirlo e influenciarlo como anteriormente había hecho con Julio César y Marco Antonio. Al decir esto, se ruborizó. «No pienses que sólo estuve con ellos por interés, llegué a amarlos a los dos».
Noté como su mirada se entristecía. Se notaba que, dos milenios después, sigue lamentando su pérdida. «Pensarás que soy una estúpida, pero a veces pienso en cómo murieron, en lo que pensaron mientras daban su último aliento... y pienso que me encantaría respirar un poco del aire que expiraron por última vez».
Vaciló unos segundos, para terminar por decir «La verdad es que no se cuál es la probabilidad de que, al inspirar, uno de los átomos que salieron del cuerpo de Julio, o Marco, en su última expiración». Cleo, no sabes cuanto me alegra que hagas esta pregunta, sé quien puede ayudarte a responderla.
Pues sí, sigo en casa desde la quincena pasada. Pasar unos días en el hogar no es tan trepidante como mis incesantes viajes, pero no os penséis que es menos interesante, ya que me da la oportunidad de encontrarme con muchos amigos. Además, ¡¿para qué tener un pedestal con vistas a la Gran Pirámide si no se disfruta de la morada de vez en cuando?!
Si hace dos semanas tuve la oportunidad de hacer un poco de plumicura con el ave Phenix (que, por cierto, le acabo de enviar vuestras respuestas al desafío anterior y está más contenta que unas pascuas, literalmente ardía en deseos de comprender porqué estaba más agustito sobre el lago helandose que sobre la nieve), hoy he tengo el enorme placer de recibir la última faraona, Cleopatra VII.
Pese a la diferencia de edad, yo ya llevaba casi dos mil quinientos años torturando neuronas con mis enigmas cuando ella llegó al trono, fuimos grandes amigas. Y como tales, esta mañana hemos repasado viejos recuerdos paseando por la ribera occidental del Nilo.
Concretamente, hemos hablado largo y tendido de sus últimos días de su reinado. Cleo no hacía más que renegar de Octavio, recordando cómo le obligó a fingir su propio suicidio. De hecho, se mostró sorprendida por el éxito de su pantomima, aún hoy en día la práctica totalidad de la gente sigue pensando que el áspid terminó con su vida.
Y es que, se quejaba Cleo, Octavio era frío y calculador, le fue imposible seducirlo e influenciarlo como anteriormente había hecho con Julio César y Marco Antonio. Al decir esto, se ruborizó. «No pienses que sólo estuve con ellos por interés, llegué a amarlos a los dos».
Noté como su mirada se entristecía. Se notaba que, dos milenios después, sigue lamentando su pérdida. «Pensarás que soy una estúpida, pero a veces pienso en cómo murieron, en lo que pensaron mientras daban su último aliento... y pienso que me encantaría respirar un poco del aire que expiraron por última vez».
Vaciló unos segundos, para terminar por decir «La verdad es que no se cuál es la probabilidad de que, al inspirar, uno de los átomos que salieron del cuerpo de Julio, o Marco, en su última expiración». Cleo, no sabes cuanto me alegra que hagas esta pregunta, sé quien puede ayudarte a responderla.
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