¡Bienvenidos a mi casa!
Tras mi prolongada estancia en el más allá, por fin vuelvo al calor del delta del Nilo. Para hoy, el pronóstico llega a los 40ºC, no os digo más. Por cierto, antes de partir, le mostré vuestras respuestas a Maxwell y Boltzman, que por fin pueden tomarse la sopa con tranquilidad, sin quemarse la lengua.
En una vida tan enigmática y ajetreada como la mía, unos días de descanso en casa son un tesoro. Y en buena compañía, mucho mejor: y es que mi gran amiga Fénix ha venido desde Heliopolis a descansar tras su reciente ritual de renacimiento.
No podéis imaginar cuánto disfruto de su compañía, no hay nadie mejor para compartir trucos de belleza acerca del cuidado de las plumas. Ella es toda una experta, no le resulta nada fácil mantener su esplendorosa belleza ardiente cada vez que se ve envuelta en llamas. Dado que su residencia en la ciudad del sol está a penas a unos 30km de Giza, suelo acudir a ella cada vez que necesito acicalar mis alas.
Además, como yo, Fénix es una gran viajera, lo que siempre ayuda a entablar interminables conversaciones. Precisamente esta mañana me ha estado relatando su reciente en tierras nórdicas, donde pasó unos meses el pasado invierno.
Extranjera en las nieves perpetuas, lo que más cautivó a mi voladora amiga fue comprobar como vivían las aves nativas de la tundra. Sobre todo, al notar que una nutrida bandada de pájaros estaba descansando tranquilamente sobre la superficie de un lago que se estaba helando.
Empleando el universal lenguaje de los pájaros, Fénix se acercó a preguntarles que hacían de esa guisa. «¿No se os hielan las patas?», preguntó. Asombradas al ver el plumaje rojo vivo de su interlocutora, herencia del fuego purificador que se adueña de él cada 500 años, las aves indígenas sólo atinaron a contestar «Es que aquí, encima del hielo, estamos más agustito mientras se hiela el lago».
Fénix me contó que inicialmente no daba crédito a lo que escuchaba. Pero, en efecto, pudo comprobar como posada sobre el hielo sobre el lago helando estaba algo más cómoda que sobre la nieve que cubría la tundra. Aún no es capaz de explicar el motivo, pero seguro que vosotros la podéis poner sobre el camino correcto.
Tras mi prolongada estancia en el más allá, por fin vuelvo al calor del delta del Nilo. Para hoy, el pronóstico llega a los 40ºC, no os digo más. Por cierto, antes de partir, le mostré vuestras respuestas a Maxwell y Boltzman, que por fin pueden tomarse la sopa con tranquilidad, sin quemarse la lengua.
En una vida tan enigmática y ajetreada como la mía, unos días de descanso en casa son un tesoro. Y en buena compañía, mucho mejor: y es que mi gran amiga Fénix ha venido desde Heliopolis a descansar tras su reciente ritual de renacimiento.
No podéis imaginar cuánto disfruto de su compañía, no hay nadie mejor para compartir trucos de belleza acerca del cuidado de las plumas. Ella es toda una experta, no le resulta nada fácil mantener su esplendorosa belleza ardiente cada vez que se ve envuelta en llamas. Dado que su residencia en la ciudad del sol está a penas a unos 30km de Giza, suelo acudir a ella cada vez que necesito acicalar mis alas.
Además, como yo, Fénix es una gran viajera, lo que siempre ayuda a entablar interminables conversaciones. Precisamente esta mañana me ha estado relatando su reciente en tierras nórdicas, donde pasó unos meses el pasado invierno.
Extranjera en las nieves perpetuas, lo que más cautivó a mi voladora amiga fue comprobar como vivían las aves nativas de la tundra. Sobre todo, al notar que una nutrida bandada de pájaros estaba descansando tranquilamente sobre la superficie de un lago que se estaba helando.
Empleando el universal lenguaje de los pájaros, Fénix se acercó a preguntarles que hacían de esa guisa. «¿No se os hielan las patas?», preguntó. Asombradas al ver el plumaje rojo vivo de su interlocutora, herencia del fuego purificador que se adueña de él cada 500 años, las aves indígenas sólo atinaron a contestar «Es que aquí, encima del hielo, estamos más agustito mientras se hiela el lago».
Fénix me contó que inicialmente no daba crédito a lo que escuchaba. Pero, en efecto, pudo comprobar como posada sobre el hielo sobre el lago helando estaba algo más cómoda que sobre la nieve que cubría la tundra. Aún no es capaz de explicar el motivo, pero seguro que vosotros la podéis poner sobre el camino correcto.
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