¡Hola muchachos y muchachas!
Hoy os escribo desde la ciudad del amor, París. Pero antes de plantear el desafío, permitidme que os diga que acabo de enviar a Gamera vuestras respuestas del desafío anterior. Me ha pedido que os transmita el más sincero agradecimiento, las leerá con suma atención en cuanto la situación del país del sol naciente esté controlada.
Como iba diciendo, me encuentro en la capital francesa. Concretamente, en los jardines del museo Rodin. He sido invitada por el más ilustre habitante de la zona, el Pensador.
Supongo que os preguntaréis el motivo de la invitación. Resulta que nuestro amigo pensante, tras reflexionar sobre ello largos años, ha decidido cambiar de asiento. Tras más de un siglo con sus posaderas sobre el pedestal de cobre y mármol, ha decidido modernizarse y conseguir un asiento digno de su fama.
Pero alguien como él no puede tomar tamaña decisión a la ligera. No sabía si decantarse por lo ostentoso, o preferir la comodidad.
Tras largas tardes de discurrir, ha decidido reducir la elección a dos candidatos: un trono de oro, o bien una mecedora de madera convenientemente acolchada. En la ceremonia de esta tarde, rodeado de amigos y seres queridos, el Pensador tenía previsto hacer una especie de prueba en cada asiento.
No obstante, la cosa no ha salido como estaba prevista. Aunque, en cierta forma, era de esperar. Tras catar las mieles de ambas propuestas durante varios minutos, nuestro anfitrión ha anunciado que no estaba seguro. «Necesito pensar sobre ello».
La verdad es que la mayoría de asistentes no se han sorprendido en demasía por lo ocurrido. Se han limitado a sonreír y aprovechar lo que quedaba del cuidadosamente planificado cátering.
Cuando la fiesta se encontraba en sus últimos instantes, me he acercado a la estatua de bronce sumida en su monólogo interior sin fin para preguntarle el motivo de sus dudas. Su respuesta fue la siguiente:
«Resulta que he notado sensaciones muy diferentes en ambos asientos. A parte de la estética y el confort, resulta que tan pronto me senté en el trono de oro un escalofrío recorrió mi esculpida piel.
» Al principio pensé que era porque el trono había estado a la intemperie, y aunque acabamos de entrar en la primavera, aún no hace mucho calor. Por lo tanto, esperaba la misma sensación en la mecedora, ya que ha pasado el mismo tiempo fuera que el trono. No obstante, no fue así. La felpa estaba mullida y confortable, ni rastro del escalofrío.
» No quiero tomar ninguna decisión sin comprender este fenómeno. ¿Cómo puede ser que una superficie metálica parezca más fría al tacto, estando a la misma temperatura que otra superficie aislante?»
Al ver lo preocupado que estaba, no puedo más que intentar ayudarle. O, mejor dicho, pediros a vosotros, amables concursantes del Desafío, que ayudéis al atormentado pensador a descifrar los secretos de la sensación térmica en superficies metálicas y aislantes.
Hoy os escribo desde la ciudad del amor, París. Pero antes de plantear el desafío, permitidme que os diga que acabo de enviar a Gamera vuestras respuestas del desafío anterior. Me ha pedido que os transmita el más sincero agradecimiento, las leerá con suma atención en cuanto la situación del país del sol naciente esté controlada.
Como iba diciendo, me encuentro en la capital francesa. Concretamente, en los jardines del museo Rodin. He sido invitada por el más ilustre habitante de la zona, el Pensador.
Supongo que os preguntaréis el motivo de la invitación. Resulta que nuestro amigo pensante, tras reflexionar sobre ello largos años, ha decidido cambiar de asiento. Tras más de un siglo con sus posaderas sobre el pedestal de cobre y mármol, ha decidido modernizarse y conseguir un asiento digno de su fama.
Pero alguien como él no puede tomar tamaña decisión a la ligera. No sabía si decantarse por lo ostentoso, o preferir la comodidad.
Tras largas tardes de discurrir, ha decidido reducir la elección a dos candidatos: un trono de oro, o bien una mecedora de madera convenientemente acolchada. En la ceremonia de esta tarde, rodeado de amigos y seres queridos, el Pensador tenía previsto hacer una especie de prueba en cada asiento.
No obstante, la cosa no ha salido como estaba prevista. Aunque, en cierta forma, era de esperar. Tras catar las mieles de ambas propuestas durante varios minutos, nuestro anfitrión ha anunciado que no estaba seguro. «Necesito pensar sobre ello».
La verdad es que la mayoría de asistentes no se han sorprendido en demasía por lo ocurrido. Se han limitado a sonreír y aprovechar lo que quedaba del cuidadosamente planificado cátering.
Cuando la fiesta se encontraba en sus últimos instantes, me he acercado a la estatua de bronce sumida en su monólogo interior sin fin para preguntarle el motivo de sus dudas. Su respuesta fue la siguiente:
«Resulta que he notado sensaciones muy diferentes en ambos asientos. A parte de la estética y el confort, resulta que tan pronto me senté en el trono de oro un escalofrío recorrió mi esculpida piel.
» Al principio pensé que era porque el trono había estado a la intemperie, y aunque acabamos de entrar en la primavera, aún no hace mucho calor. Por lo tanto, esperaba la misma sensación en la mecedora, ya que ha pasado el mismo tiempo fuera que el trono. No obstante, no fue así. La felpa estaba mullida y confortable, ni rastro del escalofrío.
» No quiero tomar ninguna decisión sin comprender este fenómeno. ¿Cómo puede ser que una superficie metálica parezca más fría al tacto, estando a la misma temperatura que otra superficie aislante?»
Al ver lo preocupado que estaba, no puedo más que intentar ayudarle. O, mejor dicho, pediros a vosotros, amables concursantes del Desafío, que ayudéis al atormentado pensador a descifrar los secretos de la sensación térmica en superficies metálicas y aislantes.
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