¡Hola, mes amis!
Sigo mi periplo por Francia. Si hace quince días estaba en la capital, asistiendo a una fiesta en el museo Rodin, hoy me encuentro en el Valle del Oise.
Pero antes de continuar, quisiera entregaos un mensaje de mi anterior anfitrión, El Pensador. Acabo de enviarle vuestras respuestas al museo en París, y se ha mostrado de lo más agradecido. Eso sí, según ha comentado, necesita reflexionar a fondo sobre ellas. Yo creo que lo mantendrán entretenido
Dicho esto, volvamos al Oise. Concretamente me encuentro en casa de Louis Daguerre, en Cormeilles-en-Parisis. Seguramente muchos de vosotros lo recordaréis por ser el inventor del daguerrotipo, el primer procedimiento fotográfico difundido públicamente en 1839.
Y aunque con el paso de un siglo y casi tres cuartos han hecho que las diminutas tarjetas de memoria substituyeran los peligrosos polvos de mercurio del proceso de revelado, aún hay nostálgicos que desean revivir las primeras etapas del desarrollo.
Quizá por eso Louise ha recibido un pequeño permiso del otro mundo para volver unos días y hacer unas cuantas demostraciones de su técnica. Yo no he querido perdérmelo, así que dije «alas, para qué os quiero», y aquí me tenéis.
Lo malo de estos regresos temporales es que son algo traumáticos. A menudo el visitante sufre algunos mareos y pérdida de memoria. Pese a ello, Daguerre no está teniendo mayores problemas al realizar las demostraciones...
... Excepto ayer. Envuelto entre una muchedumbre de eruditos, nostálgicos y curiosos, Louise se proponía fotografiar un estanque. Era un lugar paradisíaco. Las aves cantaban, los frondosos árboles dejaban pasar la luz suficiente para que la composición de la fotografía fuera poco menos que perfecta, y una suave brisa impulsaba pequeñas olas por la superficie del lago.
Tras esperar los minutos de rigor, Daguerre dio por concluida la exposición de la placa. «Ahora sólo queda revelarla. Permitanme unos minutos». Dicho y hecho.
Al salir de la pequeña tienda donde el histórico inventor había montado su pequeño laboratorio, su rostro reflejaba que había un problema. Aunque al principio se mostró reticente, finalmente nos dejó ver el resultado.
El problema era que la superficie del lago había quedado bastante borrosa, como si las partículas de la aleación de plata y mercurio se hubieran movido. No obstante, los troncos de los árboles y las rocas de los alrededores se veían con perfecta nitidez. Uno de los asistentes, muy observador, apuntó que también algunas ramas de las más pequeñas en las cimas de los árboles estaban algo borrosas.
Daguerre se disculpó. «Será por el trastorno del regreso al mundo de los vivos, pero no puedo recordar por qué sucede esto». Al ver la pesadumbre en su cara no pude resistirme. No te preocupes, Louise, tengo unos amigos en La web de Física que estarán encantados de echarte un cable.
Sigo mi periplo por Francia. Si hace quince días estaba en la capital, asistiendo a una fiesta en el museo Rodin, hoy me encuentro en el Valle del Oise.
Pero antes de continuar, quisiera entregaos un mensaje de mi anterior anfitrión, El Pensador. Acabo de enviarle vuestras respuestas al museo en París, y se ha mostrado de lo más agradecido. Eso sí, según ha comentado, necesita reflexionar a fondo sobre ellas. Yo creo que lo mantendrán entretenido
Dicho esto, volvamos al Oise. Concretamente me encuentro en casa de Louis Daguerre, en Cormeilles-en-Parisis. Seguramente muchos de vosotros lo recordaréis por ser el inventor del daguerrotipo, el primer procedimiento fotográfico difundido públicamente en 1839.
Y aunque con el paso de un siglo y casi tres cuartos han hecho que las diminutas tarjetas de memoria substituyeran los peligrosos polvos de mercurio del proceso de revelado, aún hay nostálgicos que desean revivir las primeras etapas del desarrollo.
Quizá por eso Louise ha recibido un pequeño permiso del otro mundo para volver unos días y hacer unas cuantas demostraciones de su técnica. Yo no he querido perdérmelo, así que dije «alas, para qué os quiero», y aquí me tenéis.
Lo malo de estos regresos temporales es que son algo traumáticos. A menudo el visitante sufre algunos mareos y pérdida de memoria. Pese a ello, Daguerre no está teniendo mayores problemas al realizar las demostraciones...
... Excepto ayer. Envuelto entre una muchedumbre de eruditos, nostálgicos y curiosos, Louise se proponía fotografiar un estanque. Era un lugar paradisíaco. Las aves cantaban, los frondosos árboles dejaban pasar la luz suficiente para que la composición de la fotografía fuera poco menos que perfecta, y una suave brisa impulsaba pequeñas olas por la superficie del lago.
Tras esperar los minutos de rigor, Daguerre dio por concluida la exposición de la placa. «Ahora sólo queda revelarla. Permitanme unos minutos». Dicho y hecho.
Al salir de la pequeña tienda donde el histórico inventor había montado su pequeño laboratorio, su rostro reflejaba que había un problema. Aunque al principio se mostró reticente, finalmente nos dejó ver el resultado.
El problema era que la superficie del lago había quedado bastante borrosa, como si las partículas de la aleación de plata y mercurio se hubieran movido. No obstante, los troncos de los árboles y las rocas de los alrededores se veían con perfecta nitidez. Uno de los asistentes, muy observador, apuntó que también algunas ramas de las más pequeñas en las cimas de los árboles estaban algo borrosas.
Daguerre se disculpó. «Será por el trastorno del regreso al mundo de los vivos, pero no puedo recordar por qué sucede esto». Al ver la pesadumbre en su cara no pude resistirme. No te preocupes, Louise, tengo unos amigos en La web de Física que estarán encantados de echarte un cable.
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