¡Hola a todos!
En esta ocasión os escribo desde la carretera. He estado unos días visitando el Olimpo de los dioses, celebrando la llegada del Otoño. Una fiesta interesante, sin duda, aunque no tan lucida como la del otro solsticio.
Tan interesante como la estancia está siendo el camino de regreso. El dios Apolo se ha ofrecido a traerme de vuelta en su carro. ¡Sí! El carro que estáis pensando, el que solía utilizar para llevar el sol a su cénit durante tantos y tantos siglos. "Hasta que Copérnico me dejó sin trabajo en el XVI", tal y como él mismo repite amenudo.
"No es que me queje", suele continuar, "era un trabajo muy estresante... por ejemplo núnca podía ver el amanecer con ninguna de mis amistades". Conociendo el historial de mi amigo, sin duda eso era un argumento de peso. "Además", preoseguía, "ahora que los mortales dominan el arte de enviar cosas al espacio, ¡podría incluso colisionar con ellos! Un peligro inaceptable... El sol está mucho mejor donde está ahora, sin duda".
LLegados a este punto, la conversación se centró en los logros de los carros espaciales de los humanos; el Sputnik, Yuri Gagarin, Neil Amstrong, los incontables satélites artificiales de hoy en día, etc. "Lo curioso es que estos mortales lo hacen todo al revés; yo de toda la vida despegaba desde el este hacia el oeste para llevar el sol a su sitio... no obstante, la mayoría de los lanzamientos que he visto de los humanos, ¡lo hacen al revés! Los lanzan hacia el este. Están locos, estos mortales".
Amigo Apolo... ¡todo tiene su motivo! Sólo hace falta saber Física... y yo se quien puede explicarte por qué los cohetes de las misiones espaciales suelen lanzarse hacia el este.
En esta ocasión os escribo desde la carretera. He estado unos días visitando el Olimpo de los dioses, celebrando la llegada del Otoño. Una fiesta interesante, sin duda, aunque no tan lucida como la del otro solsticio.
Tan interesante como la estancia está siendo el camino de regreso. El dios Apolo se ha ofrecido a traerme de vuelta en su carro. ¡Sí! El carro que estáis pensando, el que solía utilizar para llevar el sol a su cénit durante tantos y tantos siglos. "Hasta que Copérnico me dejó sin trabajo en el XVI", tal y como él mismo repite amenudo.
"No es que me queje", suele continuar, "era un trabajo muy estresante... por ejemplo núnca podía ver el amanecer con ninguna de mis amistades". Conociendo el historial de mi amigo, sin duda eso era un argumento de peso. "Además", preoseguía, "ahora que los mortales dominan el arte de enviar cosas al espacio, ¡podría incluso colisionar con ellos! Un peligro inaceptable... El sol está mucho mejor donde está ahora, sin duda".
LLegados a este punto, la conversación se centró en los logros de los carros espaciales de los humanos; el Sputnik, Yuri Gagarin, Neil Amstrong, los incontables satélites artificiales de hoy en día, etc. "Lo curioso es que estos mortales lo hacen todo al revés; yo de toda la vida despegaba desde el este hacia el oeste para llevar el sol a su sitio... no obstante, la mayoría de los lanzamientos que he visto de los humanos, ¡lo hacen al revés! Los lanzan hacia el este. Están locos, estos mortales".
Amigo Apolo... ¡todo tiene su motivo! Sólo hace falta saber Física... y yo se quien puede explicarte por qué los cohetes de las misiones espaciales suelen lanzarse hacia el este.
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