¿Qué tal, familia?
Un consejo de amiga... ¡Nunca dejéis que un dios del Olimpo os lleve a casa en un carro que lleva siglos en el dique seco! Pues sí... si recordáis, hace quince días Apolo me estaba acompañando en su carro de vuelta a casa... ¡pues aún no hemos llegado! He perdido ya la cuenta de averías que ha sufrido el ancestral vehículo de mi amigo; apenas le deben quedar piezas originales intactas.
Lo pero de todo es que la calidad de las respuestas que Apolo obtuvo en la anterior edición del desafío ha hecho que, literalmente, se obsesione con la carrera espacial. Largas mañanas de octubre esperando el repuesto deseado han sido consumidas entre anécdotas y datos sobre los viajes espaciales.
Recuerdo una conservación en particular. Durante nuestra forzosa parada en la costa cretense, el hijo de Zeus me había convidado a buena cena a base de pita giros, en un pintoresco local de la calle principal de Iraklio. Él se había metido entre pecho y espalda tres de este típico preparado de pan, carne y lechuga. Lleno a rebosar, un sonoro y profundo eructo hizo resonar las paredes. El avergonzado dios se disculpó, con la típica excusa de lo normal de dicha conducta en algunas cultiras. Dada la situación, vi el momento ideal para vengarme de la avalancha de datos espaciales que había sufrido durante todo el trayecto: "¿Sabes que los astronautas, en el espacio, nunca eructan?".
Mi fechoría funcionó. Desde aquél momento, Apolo está de lo más pensativo. Esta mañana, porfín ha claudicado y me ha suplicado que le explique la razón. Yo, con la esperanza de llegar a casa lo antes posible, le he prometido que os plantearía el problema si nuestro periplo no se prolonga más aún. Asi que, ya sabéis, ¡es vuestro turno!
Un consejo de amiga... ¡Nunca dejéis que un dios del Olimpo os lleve a casa en un carro que lleva siglos en el dique seco! Pues sí... si recordáis, hace quince días Apolo me estaba acompañando en su carro de vuelta a casa... ¡pues aún no hemos llegado! He perdido ya la cuenta de averías que ha sufrido el ancestral vehículo de mi amigo; apenas le deben quedar piezas originales intactas.
Lo pero de todo es que la calidad de las respuestas que Apolo obtuvo en la anterior edición del desafío ha hecho que, literalmente, se obsesione con la carrera espacial. Largas mañanas de octubre esperando el repuesto deseado han sido consumidas entre anécdotas y datos sobre los viajes espaciales.
Recuerdo una conservación en particular. Durante nuestra forzosa parada en la costa cretense, el hijo de Zeus me había convidado a buena cena a base de pita giros, en un pintoresco local de la calle principal de Iraklio. Él se había metido entre pecho y espalda tres de este típico preparado de pan, carne y lechuga. Lleno a rebosar, un sonoro y profundo eructo hizo resonar las paredes. El avergonzado dios se disculpó, con la típica excusa de lo normal de dicha conducta en algunas cultiras. Dada la situación, vi el momento ideal para vengarme de la avalancha de datos espaciales que había sufrido durante todo el trayecto: "¿Sabes que los astronautas, en el espacio, nunca eructan?".
Mi fechoría funcionó. Desde aquél momento, Apolo está de lo más pensativo. Esta mañana, porfín ha claudicado y me ha suplicado que le explique la razón. Yo, con la esperanza de llegar a casa lo antes posible, le he prometido que os plantearía el problema si nuestro periplo no se prolonga más aún. Asi que, ya sabéis, ¡es vuestro turno!
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