Dicen que esta época es la mejor para hacerse propósitos nuevos y cambiar costumbres. Este es el caso de un gran y queridísimo amigo mio, Narciso. Y quien no lo iba a querer, con lo majo que es, ¿verdad?
Como todos sabéis, que Némesis le condenó a enamorarse de su propio reflejo en las aguas de una fuente, Narciso se ha pasado los últimos milenios observando la perfección de su imagen. «Estoy cansado», decía mi vanidoso amigo. «Tanto tiempo en la orilla de esta fuente que la gente empieza a decir que me han salido raíces como a una flor: ¡Me voy a casa!». No dudé un segundo en felicitarlo por su transplante de vuelta al hogar. No obstante, tenía cierta curiosidad en saber como solucionaría la adicción a su imagen. Cuando por fin reuní valor para inquirir sobre el asunto, me contestó:
«Ah, no hay problema. He hecho que me instalen un espejo en todas las paredes de mi casa. Cubre toda la superfície por encima de un metro y medio; hemos tenido que dejar la parte más baja sin cubrir para minimizar los roces entre el mobiliario y el espejo». Me pareció una genial e interesante idea. Convinimos en que me invitaría a su nueva mansión en cuanto estuviera lista, para que pudiera comprobar de primera mano si los acabados estaban a la altura del apuesto dueño.
Dicho y hecho, ayer mismo estuve presente en la recepción organizada en honor del evento. En efecto, los espejos eran bellísimos, culminados en unas cenefas de oro de belleza y valor incalculable. Sin embargo, el rostro del anfitrión no indicaba felicidad absoluta, cierto resquemor arrugaba su frente. Al preguntarle que le ocurre, respondió «No puedo verme los pies», mi cara de sorpresa debió ser evidente, por que enseguida argumentó su preocupación:
«Al entrar por primera vez en la mansión, vi mi preciosa figura reflejada. Era tan perfecta como siempre. Desde luego, la idea de los espejos daba frutos. Mi imagen se reflejaba de rodillas arriba, y pensé que acercándome la vista se ampliaría, igual que al aproximarse a una ventana se puede ver más del exterior. No obstante, no fue así. Avancé hasta estar prácticamente a sólo un metro del cristal, pero seguía viendo exactamente hasta las rodillas. ¿Cómo es eso posible? ¿Que debo hacer para verme entero en un espejo?».
Oh, querido Narciso, siento mucho que tu vanidad no pueda ser satisfecha. Por lo menos, nuestros amigos de La web de Física podrán explicarte el por qué de tu última desgracia.
Como todos sabéis, que Némesis le condenó a enamorarse de su propio reflejo en las aguas de una fuente, Narciso se ha pasado los últimos milenios observando la perfección de su imagen. «Estoy cansado», decía mi vanidoso amigo. «Tanto tiempo en la orilla de esta fuente que la gente empieza a decir que me han salido raíces como a una flor: ¡Me voy a casa!». No dudé un segundo en felicitarlo por su transplante de vuelta al hogar. No obstante, tenía cierta curiosidad en saber como solucionaría la adicción a su imagen. Cuando por fin reuní valor para inquirir sobre el asunto, me contestó:
«Ah, no hay problema. He hecho que me instalen un espejo en todas las paredes de mi casa. Cubre toda la superfície por encima de un metro y medio; hemos tenido que dejar la parte más baja sin cubrir para minimizar los roces entre el mobiliario y el espejo». Me pareció una genial e interesante idea. Convinimos en que me invitaría a su nueva mansión en cuanto estuviera lista, para que pudiera comprobar de primera mano si los acabados estaban a la altura del apuesto dueño.
Dicho y hecho, ayer mismo estuve presente en la recepción organizada en honor del evento. En efecto, los espejos eran bellísimos, culminados en unas cenefas de oro de belleza y valor incalculable. Sin embargo, el rostro del anfitrión no indicaba felicidad absoluta, cierto resquemor arrugaba su frente. Al preguntarle que le ocurre, respondió «No puedo verme los pies», mi cara de sorpresa debió ser evidente, por que enseguida argumentó su preocupación:
«Al entrar por primera vez en la mansión, vi mi preciosa figura reflejada. Era tan perfecta como siempre. Desde luego, la idea de los espejos daba frutos. Mi imagen se reflejaba de rodillas arriba, y pensé que acercándome la vista se ampliaría, igual que al aproximarse a una ventana se puede ver más del exterior. No obstante, no fue así. Avancé hasta estar prácticamente a sólo un metro del cristal, pero seguía viendo exactamente hasta las rodillas. ¿Cómo es eso posible? ¿Que debo hacer para verme entero en un espejo?».
Oh, querido Narciso, siento mucho que tu vanidad no pueda ser satisfecha. Por lo menos, nuestros amigos de La web de Física podrán explicarte el por qué de tu última desgracia.
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